lunes, 17 de marzo de 2014

Calladita estás más guapa

Querido amigo Alberto, ¡en menuda me he visto!

Como bien sabías, desde un sábado del pasado septiembre que me vino un frío en Central Park que me dejó un catarrazo terrible que me quedé afónica perdida, he tenido que vivir con una voz de Mila Ximénez que no me ha dejado ser feliz ni un solo día de mi vida. 

Parece mentira lo fácil que parece hablar, ¿verdad? pues yo había días que prefería quedarme en casa encerrada en mi habitación con tal de no tener que hacer el terrible esfuerzo que me suponía hablar algunas veces, y es que yo no sé cómo serían esos pólipos que yo tenía, pero de verdad, había días que los sentía grandes como las tetas de Scarlett Johansson.

Mira que yo, que ya sabes que aunque me gusta, la película de La Sirenita nunca ha sido mi clásico Disney favorito, he tenido días de sentirme mejor amiga de Ariel porque solo ella podía comprender el calvario por el que yo he pasado. Con lo de hablar que he sido yo siempre, eso de estar rodeada de gente y tener que estar callada para mí ha sido todo un suplicio (aunque también te tengo que decir que en ciertas ocasiones casi fue una bendición, porque ya sabes que aquí en Londres estoy conociendo una gente que ojalá no se enteren nunca de que ya me he operado de los pólipos), pero lo peor ha sido el salir de fiesta. 

Que la reina de la fiesta tampoco soy, que yo ya estoy en esa edad que ya me resulta más apetitoso un sábado de una buena peli que de desfasar a tope, pero chica, estás en Londres, tendrás que salir, conocer gente. Pues menuda cruz. Salir de fiesta y tener que estar callada, y si consigues que haya un poco de silencio, soltar tu voz horrorosa para conquistar así a cualquiera que se me ponga por delante. Luego me preguntáis que por qué no follo. 


¡Porque he estado psicológicamente destrozada! Que yo ni me sentía yo misma ni nada, que no quería hablar con nadie que no me quisiera de verdad, porque presentarse de nuevas con esa voz de mierda es una carta de presentación patética. 

Afortunadamente, la operación llegó. Y mira, de verdad. Qué bien. Aunque yo tenía la ilusión de que una vez operada mi vida volvería a la normalidad y todo sería más fácil, pero no me esperaba yo esos días de estar completamente callada, tirando de pizarrita, esta vez 100% Ariel de verdad, tan complicados. ¡Qué nervios y qué impotencia querer decir algo y no poder, o no darte a entender con la pizarrita, o, lo que es peor, escribir algo y como tus padres ya están mayores, que no acertaran a ver las letras que tú habías escrito. 

Pero fíjate tú que ahora me ha dado a mí otra tontería mayor. Y es que, como todavía no se me ha olvidado lo mal que lo he pasado cuando he estado afónica, ahora que ya puedo hablar con normalidad (sin muchos excesos, claro), ¡me da miedo! Me da miedo hablar un poco más alto de la cuenta o simplemente hablar porque no quiero volver a pasar por esto. ¡Alejad a Úrsula de mí, que yo no quiero volver a perder mi voz nunca más en la vida!


1 comentario:

Bertoff dijo...

Menos mal que ya ha pasado todo. Al principio tendrás el miedo ese pero en unos meses seguro que ya ni te acuerdas!!