Hoy vengo de bajona absoluta. Bueno, bajona no, más bien estrés mezclado con nervios mezclados con impaciencia. No sé cómo hace apenas unos días me tomaba esto con una tranquilidad absoluta y sentía que las cosas iban pasando según tenían que pasar y no había nada de lo que preocuparse. Ahora mismo siento que estos últimos días están siendo de mucho trajín, que todavía me queda mucho más movimiento para estos próximos días y, lo peor de todo, es que me siento superdébil.
Siento que no soy capaz de desconectar, que mi mente siempre está dándole vueltas a algo y que eso me cansa mucho, física y mentalmente. Me cuesta dormir por las noches, y para mí dormir es algo fundamental, no soy ese tipo de jovencita que una noche duerme tres horas y al día siguiente está como si nada, y lo peor de todo es que tengo un poco de miedo.
Me ha entrado el miedo a una nueva vida laboral. Llevo más de un año sin ir a trabajar, aunque quizás este último año como opositora se haya considerado, de alguna forma, un trabajo, aunque con unos horarios muy flexibles, porque si un día me quería quedar media hora más en la cama, me quedaba, y si un día estaba cansada y me iba una hora antes a casa, me iba. Pero ahora va a ser diferente, ahora no puedo desatender mis responsabilidades aunque esté cansada, aunque haya dormido mal, aunque me duela la cabeza o aunque me apetezca hacer otras cosas. No puedo desatender a unos niños que dependen de mí porque entonces morirían. Esos son mis pensamientos ahora mismo.
Por otro lado, estoy ya de despedidas hasta el gorro. Te he leído que cuando tú te fuiste a Londres no quisiste dejar a nadie sin decir adiós. Yo ahora mismo mandaría a todo el mundo a tomar por el culo y me encerraría en mi habitación hasta el domingo por la noche, que hay Cuarto Milenio y tengo que salir al salón a verlo. De repente todo el mundo quiere decirme adiós. Gente que, te soy completamente sincera, no me importa una mierda, me llama todos los días y me dice que a ver si nos tomamos un café. Y a mí ya no me apetece. Estoy harta de contar mil veces la misma historia y obtener siempre la misma respuesta, que encima siempre es buena, todo el mundo me anima, me dice que me va a ir muy bien y me desea suerte, pero yo ya me cansé.
Además no estoy sintiendo las despedidas, si te digo la verdad, como si realmente lo fueran. En el mundo en el que vivimos hoy en día puedes sentir cerca a personas que tienes a miles de kilómetros, igual que puedes sentirte sola (como me ha pasado a mí en este último año de mi vida) en un lugar donde estás rodeada de tu gente. Me despido de algunas personas siendo totalmente consciente de que van a seguir ahí, que seguiremos hablando y que cuando nos volvamos a ver todo va a seguir igual, con lo cual, no me da pena ninguna y es todo como un poco falso, al menos por mi parte.
Lo único que me da una pena horrible nivel "no sé si voy a ser capaz de hacer esto" es tocar por última vez con mi banda. Este finde tenemos dos actuaciones. Bueno, qué digo actuaciones. Tenemos dos procesiones, que es mucho mejor, y la verdad es que no me siento ni con fuerzas ni con ganas de ir. Ahí es donde siento de verdad que me voy, que mi vida va a cambiar. Que se acabaron las procesiones y los Maters Meas. Eso es lo único que me duele dejar atrás. Pero dolor de abrírseme el alma y querer tirarme al suelo y hacer la cucaracha boca arriba.
Pero por lo demás, necesito, y lo necesito de verdad, que sea ya domingo a las doce de la noche, que intente dormir y no pueda, que me despierte a las cinco de la mañana para ir a barajas, que coja el avión y que por fin pueda decirme: "se acabó".